Lobo Antunes, marejada

por
Carlos Leiton
 
Leer a Antonio Lobo Antunes (1942, Portugal) plantea
una experiencia de dificultad y lirismo inusitados en el panorama de la
novelística contemporánea. Pocos autores actuales brindan la impresión de un fin
narrativo con un acabado técnico similar, logrando una feliz relojería que une
los juegos del lenguaje con los acontecimientos. En su propuesta parece existir
el triunfo del suceso perpetuo, remarcado en los materiales de la escritura
como medios musicales. Los actos se supeditan al lenguaje y este es transgresor
en posicionar sujetos múltiples que vocalizan su confesión sin perder el hilo
que ata a unos y a otros. Hay un hilvanar las voces en la precipitación métrica
respiratoria con que merece entregarse la carne de la historia.

Sus novelas proponen construcciones de intrincada
complejidad unidas a una cadencia escritural progresiva, magnética en cuanto a
repeticiones, pasajes que combinan la entrega de datos intervenida por motivos
recurrentes, de este modo adquiere importancia similar la acción y la forma en
que la escritura se plasma. Es difícil seguir las sendas, como también no
perderse en los recovecos faulknerianos (recordando novelas del calibre de El ruido y la furia o Mientras agonizo), espacios que no
brindan la cadena completa de hechos, moldeando así la sombra adecuada para una
construcción de mayor relieve.

Incontables novelas forman el orbe de Lobo Antunes, desde
fines de la década de los 70 hasta nuestros días. Hago un recuento arbitrario
de hallazgos que permiten esbozar su propuesta de manera panorámica.

Yo
he de amar una piedra

(2004) es un texto
autobiográfico centrado
en una relación de amantes: un psiquiatra y su paciente. Previo a
ejercer su vocación de escritor, Lobo Antunes fue psiquiatra. Más que la
historia, destacan sus intensidades. La niñez como situación de estar expuesto,
de percibir palpitaciones táctiles:

y un besito, un hueso, si le rozo la rodilla, si
cuando coja el vaso mis dedos en su brazo

(¿para qué el reloj con dos esferas?)

espero que mi hermana no me atormente, que estas lágrimas
sucias, antiguas, regresen a la infancia y no me enreden las pestañas, si
galopo deprisa, si me desvío de los chopos, de los bambúes de la bata

-Yo agobiada con el problema de tu hijo y tú me vienes
con caballos, ¿qué es esto?

y acortando la historia no un embarazo, un atraso, una
glándula distraída que se quedó atrás sin que ella

-Ven aquí

y a quien le costó acordarse, el médico de cabecera a
quien lo obedecían las hormonas

-¿Y?

y la glándula dándose con la mano en la frente,
volviendo al trabajo, apresurando los ovarios (…)
 
Yo
he de amar una piedra

progresa mediante transvasijes corales: comienza siendo narrada por un niño.
Luego, la narración pasa a un hombre que fue a la guerra en Angola (recordemos que
el autor participó en conflictos bélicos como médico militar, lo cual nos lo
presenta como un perfecto antihéroe colonialista que vuelca, de un zarpazo, su
experiencia en una prosa feroz del tipo Céline). En páginas posteriores, se
incorpora la voz en primera persona de la amante del personaje recién nombrado,
y en estos juegos espejeados la enunciación se mueve constantemente entre
ellos. Lobo Antunes maneja una rara alquimia de licuar a los seres y
situaciones y entregarnos un friso sonoro entero, completamente crudo, pero
cuidadamente compuesto en este libro. Narración o marejadas, corrientes de
lenguaje: marismas, miasmas y estelas significantes. Ser uno y muchos, múltiple
en la sucesión de los escenarios.


Exhortación
a los cocodrilos 
(1999)
tiene como telón de fondo el Portugal en el periodo de postdictadura de
Salazar. Allí cuatro
  terroristas de ultraderecha
se proponen hacer un golpe que fracasa, siendo historia sonada en la época. En
la novela, quienes cuentan sus entremeses son sus parejas femeninas, cuatro.
Cada una con su conflicto, su música infernal, leit motivs wagnerianos que dan
cuenta mediante insistencias, referencias y objetos quién es cada una de ellas,
incluso siendo cruel una con la otra, o protegiéndose, en el juego prefeminista
de la rivalidad que se toma del brazo del patriarcado. Este procedimiento enunciativo
sirve para ilustrar que en la escritura de Lobo Antunes no prima la temática
histórica, sino sus relieves psicológicos y cómo, desde este punto de partida,
la prosa se extiende en el ahondamiento poético de cuatro posibilidades
distintas de trama.

A diferencia de Exhortación
a los cocodrilos
, en Manual de inquisidores
(1996) los personajes no se
repiten. Pasan como golpes de luz, potencias que suman unas sobre otras. Este
libro comienza una saga sobre el poder en Portugal, y se centra en la figura del
dictador Salazar, pues todos los personajes del relato directa o indirectamente
tratan con él. Se exponen plenos los resquicios de lo humano, sus detalles, las
jerarquías en las relaciones familiares, la degradación de quienes aceptan finalmente
el chantaje o el privilegio, y quienes, sin estar involucrados con el tirano, son
perjudicados:
 
(…)
y el señor ministro arrullando besitos a una mujer que se masajeaba el tobillo
dolorido sin hacerle caso, despreciándolo, hastiada de él

-Me quieres, Isabel ¿no?

el espantajo, fíjese, que no era guapa, no tenía buen
cuerpo, no era atractiva, se parecía a una criada de provincias que trabajara
tras el mostrador de una pasamanería de la
Praça
do Chile y que no se llamaba Isabel, se llamaba Milá o Mina o Micá o algún otro
nombre ridículo por el estilo, con un nardo de novia al que le faltaban pétalos
que se marchitaba en sus brazos, el espantajo, sin responderle, observaba por
la ventana los barcos de Seixal, y el señor ministro pegado al oído de ella

-Me quieres, Isabel, ¿no?

y es inútil que me agobie con grabaciones, rollos de
películas, informes, que me cuente esto o lo de más allá, que me pregunte
cualquier cosa porque no sé lo que está diciendo, soy oficial del Ejército en
la reserva, vivo en esta vivienda económica de Madre de Deus con un arriate de
begonias al frente y un arriate de begonias detrás, soy un viejo que lo único
que quiere es que lo dejen tranquilo (…)


Manual
de inquisidores
es la
novela que recomiendo para acercarse a este autor, que en la medida que suma obras
a su repertorio perfecciona su técnica. Aquí los juegos de la degradación
humana y el poder, trascendidos en conflictos sin resolución, son cercanos a la
sombra que la tiranía dictatorial dejó sobre Chile, razón por la cual esta
novela nos interpela de manera cercana.


Otro libro de temática completamente actual es Qué haré
cuando todo arde (2001)
. Trata sobre el hijo drogadicto que tiene un padre
travesti dedicado a la prostitución. Es de remarcar que el autor elige temas específicos
para extenderse y ahondar en la raíz de lo humano. Y calar muy hondo, siempre
de la mano de su musicalidad. Aquí se trabaja el tema de la vergüenza, la
humillación. Y todo esto con una prosa que no deja de ser esplendente, en giros
que no pierden la compostura de su telar.

Es una característica en la prosa de Antonio Lobo
Antunes el uso de la primera persona sin temor a proponerla desde perspectivas
muy variadas, por ejemplo, en lo revisado en esta sucinta reseña, el punto de
vista de un niño, un ministro, un travesti, un drogadicto, mujeres y amantes:
múltiples voces de una consistencia que no genera preguntas en cuanto a la legitimidad
de su apropiación narrativa, efectuada mediante una gran observación de
caracteres que detallan su intimidad.

Percibo en la
novelística de Lobo Antunes una relación con búsquedas radicales que sustentan un
oficio consistente en casi una treintena de ediciones. En ellas se cimenta una
renovación narrativa a partir de las innovaciones de autores como James Joyce, Virginia
Woolf, William Faulkner, Malcolm Lowry, Nathalie Sarraute, Juan Carlos Onetti, Carlos
Droguett. Sus novelas, siempre de largo aliento, brindan experiencias vitales
expansivas que promueven, por sobre todo, dos cuestionamientos con respecto a
la forma de aproximarse a este género en nuestros tiempos: la detención por sobre
la inmediatez; y el lirismo por sobre el utilitarismo narrativo.