Fisura en la máscara, apreciaciones sobre la novela «El fallo muscular», de Cristian Cristino

 

Por Carlos Leiton 

La primera
novela de Cristian Cristino, El fallo
muscular
(Editorial Noctámbula, 2021) aborda un tema escasamente explorado
en la literatura chilena, que es la relación narcisista del cuerpo masculino y
la sexualidad fisurada en el marco de la competencia deportiva, específicamente
en la competencia del físicoculturismo.

Rodrigo es un
chico de provincia que llega a la capital con la motivación de convertirse en
fisicoculturista, y se hace compañero del narrador.  Desde este punto asistimos a la descripción
detallada de las cualidades del cuerpo de su amigo y de cómo logran una
intimidad en la ceremonia del entrenamiento constante. A esto se suma el rito
del hablante de ver películas bíblicas que, heredadas de su amigo Rodrigo, dan
cuenta del esplendor de los cuerpos a través de estrellas de la época
cincuentera-sesentera de la talla de Steve Reeves. En este marco, la amistad de
ambos chicos prospera asimilándose, en el plano de la imagen, a la de los
compañeros espartanos de batallas, quienes en dicho compañerismo viven la
carencia para su dieta alimenticia y de drogas, enfocada en la ganancia de
musculatura: 

“La noche previa
al torneo vimos nuestra película favorita y aunque en el fondo nunca me han
dejado de parecer falsas y ridículas, tuve que darme la vuelta y hacerme el
dormido para que no descubriera mi emoción”.

Temáticas que
rozan casi siempre la estética del deporte son las de la pornografía y la
prostitución, temas a los que Cristino alude con apertura:

“Rodrigo
disfruta del cuerpo que se forma con las palabras del viejo, se calienta con el
relato corporal de sí mismo; con los músculos propios creados en esa boca
ajena”.

Muestra así las
formas de la homosexualidad reprimida y castigada: el deporte encauzaría una
manera de gastar el cuerpo, cansarlo, con el objeto de sublimar el deseo de
otro por la del embellecimiento personal, narcisismo que acerca cuerpos y
emanaciones.

Cristino trabaja
la heterosexualidad fisurada. Un tema valorable, ya que se le ha exigido a las
narrativas queer, en muchas ocasiones, extremar su temática en pos de una
exteriorización acorde a su reconocimiento social en un contexto actual de
apertura y reivindicación. El riesgo está, sin embargo, en tratar un matiz
velado que no ha sido verbalizado, dejando de manifiesto la ligazón de ciertas
formas de poder y sometimiento a través de la amistad. En la novela se da
cuenta de mecanismos que dentro de lo patriarcal operan desde siempre, y no
apuntan a una emancipación como tal, sino a la mantención de una estructura de
relaciones que avanzan con dichas fisuras como base:

 “Algunos vienen con sus familias, otros con
sus pololas, pero las pololas se aburren rápido y se quedan mirando el celular
sin poner atención al torneo. No sirven ni para grabar tu rutina en la tarima”.

Desde esta
perspectiva, esto da pie a un cinismo implícito en la amistad y el compañerismo
como formas del deseo. Consignas deportivas como la “motivación” o la “meta”
abundan en este tipo de espacios que buscan abstraer la relación de los cuerpos
y su imagen, con un fin meramente aséptico sin dar pie a los exabruptos abiertos
del deseo:

“El ojo se
acostumbra y nos empezamos a reconocer de los demás gimnasios, comprendes que
nada es casual y no estás solo. Estamos todos habitando el palacio egipcio
porque somos reyes, príncipes, héroes de leyenda”.

La prosa de
Cristián Cristino se aboca a ese borde del personaje que en todo transcurso se
mantiene a punto del desbarranco y de quedar al descubierto. Una prosa bien
informada y documentada acerca de los espacios donde ocurre la acción. Esto
queda plasmado en la escena de una competencia en la discoteque  Luxor, como telón de fondo de una épica
carente de auspiciadores para esos cuerpos latinoamericanos expuestos a las
transacciones del poder barato y local. Cristino da cuenta de ello de manera
ágil y señala los mecanismos del apadrinamiento y la enajenación en las que se
perciben segundas intenciones:

“La luz es baja
y el reggaetón es fuerte. Nos piden la secuencia de las ocho posturas
reglamentarias (…) Esa hombrada mañana en la Luxor el viejo de la federación
pudo oler bien a Rodrigo y lo persiguió hasta adueñárselo. ¿Dónde estaba yo que
no fui capaz de hacer nada?”.

La prosa es
heredera de la escritura teatral, de ahí que el habla del protagonista se
sienta como un monólogo reflexivo de humor virulento. Es curiosa la perspectiva
del hablante, de situarse en un medio heterosexual-patriarcal completamente
fisurado por el deseo de otro compañero. Cristino sabe manejar aquellas
relaciones del erotismo entre amigos y el sometimiento a través del poder,
pensando en el apadrinamiento que se da en dichos deportes en el país (no está
de más señalar la atmosfera de circo pobre con la que se trata esta disciplina
a nivel nacional, de lo cual el texto da cuenta).

Una de las
partes potenciales que se obliteran en el texto, es cuando este torna a su desarrollo
misceláneo, con pausas que postergan la trama central para dar cuenta de
personajes mediáticos de fama mundial y su participación en la historia del
cine bíblico y su intercambio de cartas en contra del dopping. La carta de Steve Reeves a Arnold Schwarznegger es un
ejemplo ágil de intertextualidad que enriquece el texto. Así como también lo
son los listados de películas bíblicas, y también el detalle de ejercicios a
ejecutar para el trabajo de la musculación. El texto, en dichos apartados, alcanza
otra esfera que pudiera ser trabajada de manera más llana y extensa a ratos,
dándole un salto de perspectiva a la trama local. Saltos digresivos
equivalentes a cambios discretos de perspectiva. Esto no quita que la novela
sea narrativamente valiosa en tanto
propuesta virulenta que se arriesga en su forma y temática, y propone
mixturas de géneros como manera de dar cuenta de espacios, vida, y reflexiones
en torno al poder. Elementos entrelazados en una reflexión que por lo general
ha sido pudorosa, muchas veces, por considerársele banal, pero que habla de un
espacio clausurado y pasado por alto que el autor abraza y sabe enfrentar. 

Junto con esto es
importante el trabajo que la novela hace en torno a las apariencias, no solo
del aspecto físico, sino de la constante búsqueda de ser otro, de la identidad
como una máscara, y el arribismo implícito de los cuerpos locales por
asemejarse al lustre que ofrecen los signos del espectáculo.

 

 

 

Cristián Cristino (Santiago,1982)

Estudió Arte Dramático en Buenos Aires, Argentina,  y a su regreso a Chile se formó como dramaturgo con maestros como Mauricio Barría, Marco Antonio de la Parra, Juan Radrigán y Carla Zúñiga. Entre sus obras destacan Yucatán, estrenada en el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, y Lucecitas en el cielo, estrenada en el Teatro del Puente. El fallo muscular es su primera novela.