El lenguaje del barro. Sobre «Cieno» de Cristina Bravo Montecinos

Por Luz Astudillo

 

Cieno
comienza
hablando de “una imagen que te suspende”, luego esa imagen es el agua rodeando y
todas las imágenes se nos vienen encima para dar paso a una naturaleza que está
sujeta a un día a día, una abuela que reconoce el agua, que, incluso podría
saber manipularla. La escritora norteamericana, Terry Tempest Williams, en su
libro Cuando las mujeres fueron pájaros – 54 variaciones de la voz,
entrega a su abuela facultades especiales: “Una vez en el lago Bud vi el rostro
de mi abuela y sentí que había en ella un mensaje profundo. Ella miraba
fijamente el lago y supuse que pensaba en la tranquilizadora repetición de la
naturaleza”. Acá, esa mujer mayor es capaz de evocar toda la naturaleza, incluso
sin proponérselo:

 

tu
boca disfruta el señuelo

las
aves esperan la torpeza de tus manos

cuántas
veces has creído ser manca

cuántas
veces confundiste

tu
rastro con un panal

 

Ella es
capaz de llenar todo el paisaje, sin simular sabiduría alguna, porque no
lo necesita. Su presencia basta como un símbolo de origen y destrucción, el
agua es vida, pero en algún momento se funde con la tierra y ahí el lodo, cubrir
con tierra el dolor
podría suponer esa imagen que desarma a esta mujer que
podría ser la abuela, la madre, la hija, la hablante de este poema, Terry
Tempest Williams lo dice también: “Soy mi madre, pero no lo soy. Soy mi abuela,
pero no lo soy. Soy mi bisabuela, pero no lo soy”. Finalmente, una mujer es
todas las mujeres que un pedazo de tierra es capaz de unir. Una repetición, tal
como la naturaleza se repite a sí misma.

 

En Cieno la
escritura interpela todo el tiempo. Hay una otra que está oculta dentro de días
o meses perfectamente cotidianos versus lo que aqueja del recuerdo, pero que
insiste en aparecer para completar el paisaje, para ser el blanco de preguntas
que quizás no tengan respuestas, no tiene por qué haber respuestas si tenemos esa
presencia capaz de manipular la naturaleza desde una complicidad de quien no
necesita nombres para ejercer de algo. El poema pregunta, no espera respuesta, se
conversa a sí mismo. La naturaleza es parte de esta conversación, el agua que
rodea, que se mezcla con la tierra, el origen del barro que desde la Biblia
está ligado a la suciedad, al hundimiento, a un desastre que se avecina despacio
y en silencio; y también a una idea de renovación, de renacer, no olvidemos que
el primer hombre “creado” de la cultura maya fue hecho de barro, pero tampoco
olvidemos que el barro, tarde o temprano, se deshace y desde ahí, todo empieza
otra vez.

“La tierra te
devuelve al paisaje”, pero ese paisaje podría ser perfectamente un plato en
medio de una mesa, una mujer en el jardín sobornando a gatos ajenos, una
mujer en medio del agua antes que esta lo rodee todo. El paisaje podría ser esa
palabra justo antes de que se forme el barro.

 

Santiago,
11 de diciembre, 2021