desprendido
estoy aquí, para describir un
fenómeno desde el borde
de las páginas para intentar pasarlas,
mojando primero
mis huellas dactilares
con la poca saliva que me queda
a esta hora
pegar los dedos a la fibra tan blanca
tan reluciente
que duelen los ojos, estoy aquí,
constato, para pasar la página
blanqueada con químicos, cuyos
nombres no sé, la página
que pego a la punta del índice, para
deslizar el papel para leer
lo que dice a continuación, para
perseguir una idea o la impresión
de una idea o su cauce ya seco
y descubrir que el sonido del
reverso de un papel cualquiera
es también un murmullo de ramas
mientras termina de caer la
tarde sobre los primeros brotes
que revelan un verde tan verde que
multiplica la luz
que no se presenta visible, que no se nombra del todo
no se anuncia más que por el golpe repetitivo
sobre la piel o bajo su tejido que no deja de gastarse
algo que punza, algo cocido al silencio (como toda violencia)
algo desplegado en el aire que impide o vuelve
amenaza el contacto el roce, el intercambio de saliva
y páginas y huellas y todo el alivio que eso significa
a horas insólitas
confío a las paredes un relato sin demasiados sobresaltos
una historia breve de cómo llegué a estar detenida en esta tierra
bélica, gris y negra y rojiza a veces, bella a su manera
casi estéril, un relato a medias de cómo encontré
un pequeño espacio para descansar a algunas horas
o tener la mandíbula apretada, la espalda torcida, vuelto el peso
del cuerpo sobre la página o la pantalla en blanco, para describir
rutinas nuevas, paseos breves que luego olvido o recuerdo con poca
precisión
más cercano, fui espectadora de cómo las amapolas se incendian
con el sol del mediodía, o la transportación silenciosa del polen
esa manera tan delicada en que los jardines salvajes hacen el amor
y las abejas se comunican para expandir su néctar
sin otro propósito que distribuir en partes iguales su dulzura
del mundo, al mismo tiempo, y las alarmas interrumpieron
el trayecto
precario de nuestros ánimos
de manera agudísima, sostenida,
sonaron las alarmas
penetraron los muros de la que
ahora llamamos nuestra casa
aunque en realidad no es nuestra
casa
permanecer alerta
como un animal a punto de
abalanzarse
a una presa invisible o más bien
herida
que rastrea con la punta de la
lengua la hendidura, el surco que deja
el impacto de un objeto
contundente o la réplica de un relámpago
entonces busco, busco con la atención puesta en las plantas
de
los pies, rastros de cataratas, sus piruetas imposibles
en
el aire busco, busco con la mirada, con las yemas de los dedos
en
el suelo una pista o monedas, piedras semipreciosas
cristales
pulidos por las mareas, el eco del río
o
la traducción de su primer canto
que entra y sale tendencioso de mis pulmones
con desaparecer un rato, o al menos posponer
el desconcierto, concierto mental, voces que
me invitan a la inmovilidad, a leer novelas viejas
metida en la cama días enteros
semanas enteras como si pudiera permitírmelo
al grito o sirena, este nudo esta intención extranjera
este mandato repentino de estar lejos sin movernos
robando sol a un cielo inexpresivo
en el espacio flotante de nuestros balcones
en las manchas y erupciones de nuestra piel
la
sed absoluta de intemperie
reconstruyo
un paisaje que es todos mis paisajes
un
hueco que se parece a otros hogares
un
círculo que es un mismo corazón o vacío
una
forma de estar en muchos sitios a la vez
los paisajes desmembrados, las numerosas visiones
de
fuegos cruzados, busco, busco
un
puro sonido que sirva de enlace
un
mismo macizo de piedra para reposar la mirada
el
sentir explotado yacimiento
en
mí y en otras manos, busco la materia aún viva
la
humedad, el calor oculto bajo napas, un soplido
una
nueva vertiente, una nueva vertiente
una
nueva vertiente
contemplo los cauces levemente rosados
de
un río ausente o ido, la vorágine del flujo
las
aves que frecuentan ese torrente a veces cristalino
casi
siempre turbio
los rastros de agua, el sedimento, en las piedras
para
encontrar respuestas o algo parecido a una afirmación
y
cuando la luna está alta sangro dentro del río
tengo
presente el débil rastro de otras sangres
vertidas
injustamente
busco percibir la aspereza y la suavidad
de
los frutos, en las manos y con un puñado de piedras
comprobar
que el espejismo del bienestar se desvanece
el
asfalto se abre y deja respirar la tierra
pueden arrancarnos los ojos pero no la visión
Pueden
drenar un río hasta secarlo pero no desaparecer su cauce
desaparece cada día entre tus muros la palabra hogar?
¿La palabra techo, andamio, la
palabra antena o señal, la palabra en carne viva, la palabra desnuda o desnudez,
y las golondrinas u otras aves de plumajes y cantos sorpresivos? ¿Sus
movimientos circulares? ¿Triangulares? ¿Su tránsito en picada?
desaparece un ciervo, un pudú, una certeza, en medio de nuestra habitación, una
bestia tan delicada que no se deja fotografiar?
apuntar ese tránsito y lo que nos pasa por dentro?
¿De cuántas maneras podemos
pasar la página? ¿Cuál es sabor de tu saliva a esta hora?
¿Cuántas veces podemos repetir
una rutina, una y otra vez sin enfermarnos?
el río deja de sonar, no existe más el río?
(su
canción que es un murmullo que está siempre presente
su
canción que es un hogar diferente al bosque
su
canción que es una forma específica de respirar)
si no veo el tránsito del ciervo por el bosque no existe el ciervo?
¿Si
no me encuentro al oso pardo, no existe el oso pardo?
¿Si
no paseo por el bosque, no existe el bosque?
¿Si
no paseo por el bosque, no existe mi idea del bosque?
¿Si
no paseo por el bosque, no existe mi recuerdo del bosque?
¿Si
no me siento en la tierra, no siento la tierra?
¿Si
no recorro el bosque, no existe mi huella leve entre las hojas?
¿Si
no recorro el bosque, puedo defenderlo?
¿Si
no capto el salto de la rana, las ondas que deja en el agua, no existe su cuerpo
suspendido en el aire, el vuelo fugaz de un ser que ha sabido transformarse
tres veces?
¿Si
no nombro mi transformación no existe? ¿Si no nombras tu transformación, no
existe? ¿Si no me nombras, no existo? ¿Si nombran tu herida no existe?
¿Dónde
está exactamente tu herida? ¿Qué es lo que no te deja dormir?
¿Si
me escondo en la sombra del bosque, no existo?
¿Si
me escondo dentro de una pequeña habitación y duermo entre sábanas sucias no existo?
¿Si
pierdo el conocimiento dejo por un momento de existir?
¿Cuánto
conocimiento hemos perdido? ¿Cómo lo podríamos recuperar?
¿Si
no veo la lluvia de estrellas en medio de la noche, al final del verano no se
incendia el cielo a lo lejos?
¿Si
no permito que me toques, la lluvia de estrellas no existe?
¿Si
no veo al oso, no existe? ¿Si no veo a otro, no existe?
¿Si
no ves a la otra, no existe? ¿Si no sé qué es un huemul, no existe el huemul?
¿Si
no conozco al pudú, no existe el pudú?
¿Si
no vislumbro al cóndor y su vuelo sagrado que anuncia nacimientos y muertes su
vuelo sagrado no existe?
¿Si
no veo la sangre derramarse, no existe ese dolor?
¿Necesitamos
tanta electricidad? ¿Necesitamos tanta electricidad? ¿Necesitamos tanta
electricidad?
¿Dónde
están todos esos cuerpos que nos faltan? ¿Cómo llenar el espacio que dejan los
cuerpos de agua al secarse?
¿Necesitamos
realmente tantas páginas, tanta electricidad?
Begoña Ugalde (Santiago, 1984)
Ha publicado los poemarios El cielo de
los animales (La Calle Passy 061, 2009), Thriller (PLUP,
2011), La virgen de las Antenas (Cuneta, 2012), Lunares (Pez
Espiral, 2016), Poemas sobre mi normalidad (Ril ediciones,
2018) y, junto a la fotógrafa Gema Polanco, La fiesta vacía (TEGE, 2019). También, el relato Clases de
Lenguaje (TEJE, 2016) y el libro de cuentos Es lo que hay (Alfaguara, 2021). Además es autora de numerosas
obras teatrales que han sido llevadas a escena, entre las que destacan: Fuegos
artificiales, Temporada baja, Yo nunca nunca, Lengua
materna, Cadena de frío y Toma (publicada
por Ediciones del Consejo Nacional de la Cultura y Las Artes, CNCA). Es
Licenciada en Literatura Hispánica por la Universidad de Chile y Máster en
Creación Literaria por la Universitat Pompeu Fabra.
Lee aquí Línea de la tierra: Sobre Zahorí, de Begoña Ugalde