Por Simón Villalobos
Con revueltas, pandemia y crisis económicas en medio, conversamos sobre el lugar de la escritura entre todas esas fuerzas y los discursos que ruedan embolsados en ellas, sobre las nociones de lo actual y los modos en que el poema comparece con el presente o -contra el presente- cómo el poema nombra los gestos que se fugan de los inventarios epocales y sigue siendo otra forma de mirar.
SV: Estamos haciendo esta entrevista a través de una plataforma, plataformas que ahora estamos utilizando para casi todas las relaciones sociales en las que queremos profundizar, para hacer clases, etcétera. Es un contexto particular que en algún sentido abre la posibilidad de que nos olvidemos de las distancias geográficas, pero la literatura supone tal vez esa posibilidad o aspira a esa posibilidad de saltar las distancias geográficas. ¿Cómo ves tú el rol comunicativo de la literatura en este momento de distancias físicas que no necesariamente son distancias sociales o distanciamientos comunicativos?
EE: No lo he pensado porque en cierta manera todos estamos como el boxeador al que han noqueado en el octavo round, se levantó antes de terminar la cuenta, la pelea no terminó y vamos a ver cómo quedamos después de la pelea, es decir, no sé, este efecto, el efecto del coronavirus, no sé cuáles van a ser los efecto incluso en el aparato editorial, tanto que bastante interesante es el hecho de que todavía no ha crecido mucho el ebook, se podría haber pensado que se iba a disparar y que iban a aumentar un 40% y ha sido menos de 1% al día de hoy. Es un reacomodo lo que estamos viviendo, que puede ser muy temporal si es tan así como dicen que en diciembre va a estar pronta una vacuna, yo creo que entonces inmediatamente el chip nos va a decir volvemos pronto a la normalidad y esto en un año va a ser visto como algo anecdótico. Yo creo que desde el punto de vista de la comunicación, de la literatura no pasa tanto por este momento sino las formas en que se va a escribir la literatura. Leo comentarios en el New Yorker de autores elogiados, me pongo a leer y digo “pero esto es pésimo” y estamos hablando de gente que son profesores en Yale, en Harvard. Hay una pauperización del gusto. Después digo ¿estaré equivocado? y abro a Musil, por ejemplo, o abro a Proust, una página, y digo esto está bien escrito. Es decir, o yo me quedé atrás o lo que viene no es literatura. No pasa solamente por el momento tecnológico, de la enfermedad o el contexto económico, por contexto económico me refiero al aumento enorme del desempleo que va a generar una crisis mental muy grande en el mundo, sobre todo al nivel de gente joven, es decir, salir al mercado laboral y no tener trabajo. Pero eso no tiene nada que ver con la literatura. William Carlos Williams le criticaba a Wallace Stevens que en 1942 estaba escribiendo poemas sobre que era feliz los domingos de mañana, cuando los soldados estaban muriendo. ¿Qué puedo hacer para cambiar mi ánimo –le responde Stevens- si los poemas me salen así? Y al día de hoy leemos los poemas esos, de esa época tan crítica para la historia americana y siguen siendo geniales fuera del contexto de que fueron escritos durante la Segunda Guerra Mundial. A lo que voy es que se han juntado una cantidad de cosas y ahora podemos culpar a este momento histórico tan particular, que creo que nunca lo hemos vivido antes, de todos los males en la literatura que se venían arrastrando de antes. Yo creo que falta rigor, eso es lo que se ha perdido, falta rigor, faltan buenas frases.
SV: Es interesante esa postura, la relaciono con la crítica de Lihn, ya que lo mencionaste, que plantea en los años ochenta referida a la poesía política, de los poetas que “se comprometían con la realidad pero no con la poesía”. No sé si tú estarías de acuerdo con esto, pero tal vez el problema es cómo se entiende la actualidad en literatura, pensado en que es actual hoy en día Egon Schiele o Lezama Lima o Wallace Stevens, es decir, esta idea de que en el arte todos los tiempos están superpuestos, entonces llegar al presente no es una operación de simplemente poner los nombres del presente en circulación, decir virus o nombrar los problemas actuales como el racismo, pensando en el contexto actual de Estados Unidos.
EE: Claro, el otro día me pidieron un poema para un libro y estaban todos los temas actuales y era una especie de decálogo de CNN, de los temas que toca CNN, temas que marcan rating y yo no escribo de esos temas. Entonces, les digo, yo estoy escribiendo un libro sobre la muerte, un tema que yo había dejado porque hoy en día a la gente no le interesa el tema de la muerte. Un tema fascinante, creo que la influencia de la cultura anglosajona, el hecho de vivir en un mundo burgués complaciente, produce que no se hable de la muerte. Aquí no hay celebración como la hay en México o en la cultura hispana, en países de raigambre católica muy fuerte, donde se celebra la muerte o no la muerte en sí, sino el hecho de que haya otra vida y una cantidad de elementos míticos relacionados a la cultura religiosa. Pero cuando le digo al editor del libro que la muerte es el tema que interesa, porque es el tema del día, me queda mirando como diciendo ¿me está hablando en broma? Yo creo que la muerte nunca ha dejado de ser tema. Uno sale a la calle y ve a la gente que no tiene qué comer y está trabajando diez o catorce horas para darle de comer a la familia y uno ve la muerte en progreso, porque no creo que esa persona vaya a pasar de los sesenta años de vida. Yo creo que otro de los temas es el oportunismo a nivel de superficie con el tema de virus. Cuatro años atrás nadie leía La peste de Camus y hoy todos los escritores son expertos en Camus. Lo mismo que el tema del racismo, yo soy mentor de estudiantes hispanos y de muchos estudiantes afroamericanos en Estados Unidos y me preguntan ¿qué tiene para decir sobre el racismo? y yo les contestó que no tengo nada para decir porque hace treinta años que vengo diciendo lo mismo. Me hace acordar a este escritor que se estaba muriendo y le preguntan “tiene últimas palabras” y responde: “me pasé toda la vida escribiendo qué últimas palabras voy a decir” y esto es lo mismo, esto de ocupar un espacio oportunista para figurar en las páginas de los diarios, para figurar en las redes sociales. Una escritora argentina que me gusta mucho que es Selva Almada dijo “yo no tengo nada que decir sobre el virus, porque lo que vengo escribiendo lo vengo escribiendo de antes”. Uno no puede cambiar el ritmo. En cuanto esta necesidad de figurar de los escritores, se habla por todas partes del boom de la poesía, pero yo no veo gran poesía, lo que veo es poetas o gente que escribe poesía hablando del tema del momento o de los temas del momento, porque son varios, temas o problemas que han estado siempre, pero cuando se requería mayor pensamiento esto no marcaba rating, ahora que marcan rating sí, vamos a hablar de ellos. Entonces, hay una confusión muy grande entre redes sociales, promoción, figuración y literatura, que es, como bien decía Josephine Heller, la buena frase que cada tanto aparece.
EE: Hacía tiempo que no oía esa palabra, la transgresión hoy en día está muy mal vista, porque se ha ocupado espacio de radicalización a partir de lo que no se puede decir, no la radicalización surrealista de ir contra el status quo, sino la radicalización de una especie de aislamiento de cada uno y este es otro de los signos de la época. El tema de Borges… yo este libro de ensayos que apareció en Mansalva lo presenté mucho antes a una editora en Uruguay y me dijo que el libro era irrespetuoso y lo rechazó. Siempre ha habido una forma de transgredir que es ir contra la forma normal –entre paréntesis- de interpretar la realidad a partir de esa salida de la norma lingüística, en el planteamiento de las frases, en la perspectiva, en el hecho de entrar no en el ego, no en el yo narrador o el yo cronista y contar lo que engrandece al escritor. Esta es una de las cosas que me horroriza de la literatura actual, que en la llamada literatura del relato personal siempre hay un engrandecimiento del escritor, una inflación del ego y yo lo que busco es transgredir diciendo no soy nada (con Borges). Ahora que mencionas eso, me regresa a la imagen de Borges, que era mi gran miedo, que me hubiera cachado la mano ahí, agarrándole la media luna, hubiera sido una cosa horrenda, hubiera llegado la seguridad del hotel para echarme y decir al escritor “usted le estaba comiendo el desayuno” y fue durante la dictadura militar, es decir, ahora que lo pienso hubiera sido genial: detienen a un míster desconocido, como era yo en esa época, tratándole de comer el desayuno a un escritor. Es decir, a partir de lo mínimo inexistente, el otro yo de la realidad, a la cual no prestamos atención, quizás ahí… ¿y a qué me refiero con el otro yo de la realidad? Sería Tchaikovsky tomando agua sabiendo que tiene cólera, cuando todo el mundo hablaba de la música de Tchaikovsky o del compositor, pero no del pequeño detalle de que había optado por la muerte, o ya que mencionamos a Egon Schiele, el hecho de que sabía que su mujer estaba mal y haya dicho, bueno, si nos vamos, nos vamos los dos. Claro, ahora en perspectiva ese se ve como un gesto heroico, casi suicida, pero eso es lo que trato de hacer: ver qué más se puede decir de esta época. Por ejemplo, el otro día me arriesgué a ir a comer, fui al baño y un tipo meando me dice “por fin pude comer bien”, estaba cansado de este virus. “Estaba”, cuando el virus todavía no se fue, pero el tipo decía o me muero comiendo hamburguesas o no tiene sentido seguir vivo y eso no podría aparecer en un diario. Entonces, lo transgresor en mi caso es aquello de lo que no se habla.
SV: Claro, lo mínimo inexistente. He estado pensando en este libro que hicimos en uno de tus viajes de invierno -el invierno perpetuo de Eduardo Espina-, y he estado leyendo interesado su aspecto retrospectivo…