En revista Contra el BIEN, número 1. Santiago de Chile: Traza Editora, abril de 2020
Se fijó en la peca que tanto le caracterizaba, no sabía en dónde concentrar la vista, eran demasiados los estímulos en su línea melódica como para llevarla a un paisaje bajo la melatonina. Con el dedo anular le pellizcó y salió corriendo, atravesando el estanque de juncos, hasta que llegando a un lugar donde nadie se siente seguro, se dejó aplastar por el viento que a esas horas de la tarde disminuía su tensión. Las hojas caducas le embarraron el rostro traviesamente, se dejó querer en el baño de limbos húmedos para volver a tener cinco, ella tenía vergüenza y estaba consciente de ese hecho. El otro la estuvo buscando cerca de las ocho, preguntó por la rubia de botines country con la que se encontró cerca del café “Sesgos”.
Nadie le abrió por más que preguntaba usando los mismos adjetivos.
Tocó cada marco, cada polvo una vez que lo echaban, casa 124, 135, 170, ¿en qué número la iba a encontrar? 221, casa rota, casa hedionda, casa fea, mediagua, casa chubi, pilas de cartón de leche. Tuvo esperanza de hallarla en números primos, por muy mágicos que fueron en la media, quedan descontinuados frente a los problemas de la rutina. El ocaso consiguió asomarse por el borde del llano, cuando el prado se fue a negro observaron todos juntos al hombre que terminó por quedarse parado y las cimas se quejaron, de ese chinche que en sus faldas como que las acosaba.
Fuera que la pisara, o la tuviera tomada de los hombros, por qué tan cerca la siento si de lejos ni su ausencia brilla.
Es miércoles. Pegado al muro mi karma, cual cicuta en punta, viéndolo pasar de adrede por la vereda, se asomó sin siquiera dibujarle la sombra, la fedora grisácea, los botones desteñidos, el calzado de 44 que su amante pule impacientemente.
El de la peca que tanto le caracterizaba.
Culpable me sigo sintiendo. Él la está amando, él la está amando a cada rato. No soy como ella, yo. Ella, sombra de niño, nuez moscada, agua de cerezo, firmamento de pradera a medio desfallecer. Yo, agua de pozo, suela de árbol, grito de piedra atolondrada, boca de afasia de cuadro surrealista.
Solos, solos nos estamos quedando y cuenta me doy, sí. Pero yo soy y en blanco y negro, su memoria. Él y ella a todo color y él la está amando a cada rato.
Resulta un estímulo específico, el pellizco. En esto cuaja ese lujo que no puedo darme siempre y que no me tendrá en primerísimo primer plano. Hice de nosotros, sin embargo, parte de materia, de este malentendido rissotto, por lo tanto, contento.
Los fresnos. Los pinos. Los alerces animando artificialmente una avenida mojada y francesa, de etiquetas el sólo gentilicio, registraron el metraje donde se tapaba la cara y se encorvaba con tal de que nadie recuerde que incluso después de los veinticinco, se puede volver a jugar al cine italiano. Las ciclovías realizan una aparición estelar y en technicolor mientras le embarran su broderie. Surgen los subtítulos a modo de prólogo, luego de quince minutos con pantallas y bicicletas en resaltos, brotan ni más ni menos que desde el final de la escenografía/calle, el pedregal:
Por siempre me escuchará la ronda helada, la niebla muda, por siempre me iré tras el dorso cortado cual hijo de Braille. Por siempre me importará el qué dirán, me importará el qué dirán.
En los spin-offs uno acostumbra ver reencuentros y un poco más de la mitad de estética de las primeras producciones. Que la crítica no le diga que se volvieron a ver, sino que él la pilló y que ella se rehusó, porque a fin de cuentas, era puro teatro y así suelen ser las cintas.
Francya Castro (Santiago, 1995)
Poeta de San Bernardo y Fonoaudióloga de la Universidad Católica. Fundadora de la editorial cartonera Nelumbo. Ha publicado Oxímoron (2011) y Arrebolada (2012). Ha aparecido en las antologías Lapislázuli (2013) y Escritoras de San Bernardo (2014).
En revista Contra el BIEN, número 1. Santiago de Chile: Traza Editora, abril de 2020