Publicado originalmente como crónica en la revista Senhor (1962), y luego como cuento en el libro La legión extranjera (1964), «Mineirinho» es el relato de un crimen sucedido en Río de Janeiro, el 1° de mayo de 1961. El delincuente «Mineirinho», considerado un Robin Hood para los habitantes de las favelas, fue masacrado por la policía y luego arrojado a un sitio al cual acudieron decenas de personas. Su muerte mantuvo contrariados a los habitantes de la ciudad por semanas. El cuento, por su parte, desbarata totalmente el concepto de justicia.
Cuando en la última entrevista que Clarice Lispector da a la televisión, Julio Lérner, el conductor, le pregunta por algún texto suyo al que le tenga un cariño especial ella responde que hay uno, sí, un cuento sobre un bandido. Un criminal llamado «Mineirinho» que murió con trece balas cuando una sola bastaba. Cualquiera que hubiese sido su crimen, una sola bala bastaba, insiste, el resto era voluntad de matar. Prepotencia.*
Fotograma de Persona (1966) Ingmar Bergman |
Mineirinho
Sí, supongo que es en mí, como uno de los representantes de todos nosotros, donde debo buscar el por qué duele la muerte de un criminal. Y por qué me conviene más contar los trece tiros que mataron a Mineirinho que sus crímenes. Le pregunté a mi cocinera qué pensaba sobre el asunto. Vi en su rostro la pequeña convulsión de un conflicto, el malestar de no entender lo que se siente, el de necesitar traicionar sensaciones contradictorias por no saber cómo armonizarlas. Hechos irreductibles, pero también rebeldía irreductible, la violenta compasión de la rebeldía. Sentirse dividido en la propia perplejidad ante el hecho de no poder olvidar que Mineirinho era peligroso y ya había matado demasiado; y sin embargo nosotros lo queríamos vivo. La cocinera se cerró un poco, viéndome tal vez como a la justicia que se venga. Con cierta rabia de mí, que estaba hurgando en su alma, respondió fría: «Lo que siento no se puede decir. ¿Quién no sabe que Mineirinho era un criminal? Pero estoy segura de que él se salvó y ya entró en el cielo». Le respondí que «más que mucha gente que no mató».