
El mar arriba de Nina Avellaneda fue publicada en agosto de 2025 por la editorial Overol. En esta novela, así como mar y cielo se encuentran y cuesta distinguir qué es lo uno y qué es lo otro, poesía y narrativa también parecen indistinguibles.
Una mujer se sienta en el borde de una terraza de madera con sus pies colgando. A lo lejos, la línea azul del horizonte más arriba que de costumbre hace que incline su cabeza hacia las nubes.
Para no caerse se amarra a su nombre: Adriana.
Envuelta por la bahía ha dejado su rostro antiguo y aún no consigue uno nuevo. Todo este libro es el intervalo entre sus viejas maneras y lo desconocido.
Tiene un nombre apenas y no es de ningún modo.
Vacío deseando vacío.
Un cuerpo frente al océano.
Tiempo atrás, mientras los días se sucedían unos otros sin distinción, mientras mis pies tocaban la tierra endeble del fondo, se fue amasando una idea en mí. Lo había visto en la naturaleza, no era ocurrencia mía. De todas formas, que yo fuera persona le otorgaba cierta gracia al plan, cierta dificultad y un riesgo que no quería perderme.
Tampoco tenía alternativa, iba del vértigo a la desesperación, y esta especie de verdad revelada no se hubiera dado si no fuera por el puntal de dolor que me tenía con las manos en dirección al cielo. Es un decir. Mis manos, brazos y hombros no existían. Mi cuerpo estaba aprisionado en el pesar de la cabeza.
La idea era muy simple, razonable a mi parecer, y consistía en que el sufrimiento solo tenía cabida si había alguien para alojarlo. Sin alguien, o con alguien borroneado al menos, el dolor se haría agua y huiría por entre los pliegues de la ropa. Cómo sería entonces sacar al yo de la ecuación, y cuál sería el lugar adecuado para intentarlo. No lo pensé demasiado y recordé el invierno en que había pasado los días en un container. Estaba emplazado en medio de un bosque de olivillos por lo que era difícil ver estrellas o la luna; si era de noche la oscuridad era total y me gustaba verme las manos para confirmar que no existían, que si los ojos decían la verdad, la noche, mis manos y yo
éramos la misma cosa.
Partí a los pocos meses, arrendé un lugar similar y me saqué lentamente la máscara.
No identificarme con mi mente, no identificarme con mis emociones, tomar distancia de lo que pienso y siento. Observarlas como espectadora de alguien que no soy exactamente yo, sino un procedimiento. Asociar el yo a un procedimiento, uno que puede cesar, una construcción que se puede desmantelar, con cuidado, para rearmar de otra manera. La voluntad y el deseo de quién, me pregunto. Un desfase. El margen de error, todo lo que se escapa, lo que existe con fuerza y total independencia. No identificarme con el desfase, descansar en él. No identificarme con el misterio, con lo que no tiene nombre, con el silencio, con el mar. No identificarme.
Ruido de agua precipitándose sobre la arena. Luego el sonido de la retirada, suave y cóncavo. El esplendoroso azul brillando a lo lejos, disolviendo el drama humano. El olor del sol penetrando sobre todas las superficies, uniendo al viento la humedad, aire ahumado, ropa ahumada, el cabello del hombre lento, tibio y reluciente, impregnado de eucaliptus.
Necesidad molesta de saber el nombre de todo. El nombre de un pájaro que canta, solo porque su manera de decir «estoy aquí» es distinta.
El cielo surcado de aves, solitarias y en bandadas.
No sé adónde van.
Huelo a sal, algas, humo, a sol cuando hay sol y a humedad cuando llueve toda la semana.
Hay campanas, hay sirenas, hay olas; niebla que arrastra mar adentro el ánimo de Adriana. Hay arena, pájaros, ladridos, silenciosos gatos bajo el sol. Hay aparatos, hay viento, lluvia que ha de tener otro nombre si no es vertical. Hay agua sobre la tierra y bajo el cielo, a la altura del mentón. Es mi aliento que regresa condensado.
Es difícil determinar qué le pertenece a mi cuerpo y qué al afuera. Adentro, afuera, se hace palpable aquí la ilusión. El lugar que he conseguido no aísla ruidos, así la lluvia es un escándalo por la noche. Emergen de mí las vigas de esta cabaña, sus listones, y en la superficie brilla mi pulpa impermeable. Yo y la cabaña. Por una breve distancia somos la misma cosa.
Hay algo que no cede, imposible de caer, en suspenso. Un solo umbral forjado por el relámpago. Otro asunto es ese: mi relámpago. Quería llegar a este punto. Las palabras son mi materia. Ligia dice que es el medio, que cada quien debe encontrar el suyo. Yo digo materiales. ¿Los míos? Silencio. Relámpago. Fina electricidad sin compasión. Lo vi a los ojos. Era negro sin lugar a dudas. La luz había sido capturada por este acontecimiento vertical que partió al árbol y a mi vida. Luego el fuego hizo su trabajo.
Y si escribiera un libro con la actitud de quien contempla el mar y se olvida de sí mismo, se funde con la arena, coincide con las olas y es el calor del sol cubriendo la tarde desde arriba.
Pero el libro es de agua y aquí no hay nadie. Y si escribiera «alguien escribiera». Si el mar la luz cayendo, la piedra la nube, el árbol las olas.
Un hombre tarda toda la noche en besar a la mujer que ama. Ella impaciente le señala una habitación. Él toma su rostro con las manos y la besa suavemente.
Es el hombre lento.
Sobre la novela El mar arriba:
- Sobre El mar arriba de Nina Avellaneda – Por María José Ferrada
- Una mujer se sienta en el borde de una terraza de madera con sus pies colgando. Por Víctor Quezada.

Nina Avellaneda (Limache, 1989) Es escritora y profesora de Lengua y Literatura.
Ha publicado los libros La extravía (2015), Souza (2021) y El mar arriba (2025) También ha participado en diversas antologías como Avisa cuando llegues (2019), No te pertenece. Cuentos contra la violencia de género (2020), y 50 golpes. Muestra poética a 50 años del golpe de estado (2023).
Actualmente vive en Valdivia, trabaja en una biblioteca escolar e imparte regularmente talleres de lectura y escritura creativa.
